Posmodernismo y pragmatismo, una introducción a la filosofía de Richard Rorty
El conocimiento es poder, un instrumento para habérselas con la realidad. (Rorty, 1996).
Para un gran sector de estudiosos contemporáneos de filosofía, que suele denominarse a sí mismo (o por otros) como escuela o corriente posmoderna, en base al carácter historicista y relativista de su pensamiento, la ilustración y la modernidad como fenómenos intelectuales son objetos de estudio de suma importancia, gracias a que su análisis podría proporcionarnos una mirada más certera sobre el rumbo que la humanidad decidió tomar hace siglos, definiendo una particular búsqueda de la verdad y delimitando su emisión de juicios éticos y políticos en base a específicas premisas epistemológicas. Explorar aquella visión del mundo, heredada después del Renacimiento, nos permitiría conocer, al menos, la existencia de ciertas creencias de los últimos siglos que ya no pueden sostenerse más. Richard Rorty, nacido en Nueva York, Estados Unidos, en el año de 1931, fue uno de los más influyentes teóricos que emprendió esta tarea de desentrañamiento de la modernidad. En mi ensayo analizaré desde cero las partes de su discurso, que mediante una interpretación del paradigma posmoderno logra fundar lo que después se popularizaría como teoría neopragmatista.
Rorty inició su carrera en la Universidad de Yale, adentrándose desde el comienzo en la tradición analítica, y relacionándose así con lo que suele denominarse proyecto antimetafísico estadounidense. Sin embargo, sus intereses fueron cambiando conforme más conocía el pragmatismo norteamericano, y comenzó a ser influenciado por pensadores como John Dewey y William James, quienes le proporcionaron las bases para considerar que el proyecto analítico no estaba teniendo el éxito esperado en términos epistemológicos y axiológicos, puesto que el método, estilo y rigurosidad de aquella escuela seguían pareciéndole buenos hasta el final de sus días (e incluso llegó a afirmar que él era parte de un fenómeno “posanalítico”). Su planteamiento, como el de toda la tradición posmoderna, parte del quebrantamiento filosófico con lo que él llama modernidad, una ruptura que se realiza mediante un proceso “deconstructivo”, separando los elementos centrales heredados de una época específica y poniéndolos a prueba mediante un análisis de su origen, así como de los resultados obtenidos mediante su aplicación.
El objeto de aquel desentrañamiento, la modernidad, fue propuesto por primera vez (de tal manera) por el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, a quien se le considera el iniciador de la crisis de la modernidad, gracias a que sus textos fueron un gran parteaguas en la comunidad intelectual, generando una división entre quienes creían que algo estaba mal detrás de los presupuestos de la centralidad del hombre, la tierra y la conciencia, y de la fe ingenua en la voluntad de verdad y la accesibilidad del ser humano a ella; y quienes consideraban que este no constituía un problema serio en la filosofía; aunque Rorty siempre consideró que tanto Nietzsche como William James (otro filósofo que realizó una crítica temprana a la modernidad) pasaron desapercibidos en su momento. La filosofía nietzscheana, que después dio cabida a la posmoderna, proporcionó una crítica sólida y problemática a los esencialismos que habían tenido origen en Platón, proponiendo después una visión contingente en todos los ámbitos del ser.
En La filosofía y el espejo de la naturaleza, Richard Rorty realiza un recorrido histórico que pretende explicar el origen de la concepción de la filosofía actual, y los presupuestos que se esconden detrás de ella. Hace una de las críticas más importantes en su filosofía: según él, los comienzos de esta disciplina se pueden describir como un intento por descifrar la cultura humana en general, de manera racional; pero, tras una serie de revoluciones en el pensamiento, de las cuales se pueden destacar las realizadas por Descartes y Kant, esta terminó convirtiéndose en un ejercicio intelectual de niveles altísimos de abstracción, divorciándose en el proceso de su aplicación al resto de las ramas del conocimiento. Este encierro en una burbuja, como él la llama, hizo que la filosofía se volviera excesivamente rigurosa y metodológica (científica y analítica); perdió su esencia en el camino de encontrar la verdad, siendo posible su renovación únicamente a partir del estudio de la filosofía como aquella reflexión encaminada a explicar y resolver los problemas de la vida cotidiana: aquel puesto que había terminado por ocupar la literatura y la historia.
Esta verdad moderna que he mencionado anteriormente, y que ha ocupado la búsqueda de los filósofos por siglos, es la consecuencia de ciertas contestaciones a tres problemas que Rorty considera primarios: el de la conciencia, y más radical de todos, que es resuelto por los modernos con un modelo representacionalista de la mente y, con ello, una verdad equivalente a objetividad; el problema de la personalidad, que concierne a temas éticos; y el de la razón, que asume la existencia de una comunidad universal (que se refleja en la existencia de conceptos como “humanidad”, que es una de las particularidades de la ilustración), y con ello las verdades universales, que presuponen la existencia de una realidad externa que nuestra mente puede conocer. Al ser posible explicar el origen de cada una de aquellas respuestas desde una perspectiva histórica, Rorty las problematiza, inspeccionándolas detenidamente. Después de ello, y remontándose más al pasado, encara a Aristóteles y Platón por haber sido los primeros en sugerir que el conocimiento nos era inaccesible, gracias a que sostenían que vivíamos en un mundo sensorial superfluo y lleno de apariencias e ilusiones. En aquel libro sugiere, también, que son tres los filósofos más importantes del siglo XX: Wittgenstein, Heidegger y Dewey, todos ellos fundadores o representantes de escuelas filosóficas paralelas que se sostienen sobre los mismos principios. Todas estas divulgaciones justifican su reescritura de la filosofía, su reevaluación de la tarea del filósofo. Esperándose de él, al ser un gran estudioso de la literatura, como ya lo mencioné anteriormente, Rorty creía que la filosofía debía retomar el rumbo que había perdido en esa ingenua búsqueda de la verdad, y quizá influenciado a estas alturas por sus antecedentes analíticos, propuso una filosofía que prestara máxima atención al análisis de las proposiciones humanas elaboradas con un lenguaje específico. Para este filósofo, la verdad se hallaba detrás de nuestras proposiciones y su aplicación en un ámbito social específico; la verdad no existe en tanto que nuestra mente logra representar “objetivamente” una realidad externa, sino que es una construcción elaborada entre las personas y “una forma de adquirir hábitos para hacer frente a la realidad" (García, 2012). El neopragmatismo rortyano cree que la verdad, más que ser un encuentro representativo de un objeto externo con la mente, se trata de una construcción “dialógica” elaborada por dos o más personas. Pero incluso Rorty rechaza el concepto de verdad y termina llamándola creencia justificada. La relevancia del conocimiento reside en qué tan útil resulta para la vida cotidiana, y no en qué tanta justificación racional o empírica utilizamos para obtenerlo. Esta filosofía pone énfasis en las pequeñas historias, en los acuerdos sociales y en la practicidad de las ideas.
Todo esto se consolidó en un proyecto comúnmente llamado posmetafísico, que adquirió ese nombre debido a que los problemas de la filosofía ya no se remontaban a la obsesión o ansia cartesiana por tener una fundamentación racional de todas las proposiciones, ni a la herencia epistemológica y metodológica de Kant. Rorty dejó al ser en un estado de contingencia, no sin expresarlo con una ironía que le acompañó durante toda su trayectoria intelectual. La búsqueda de certezas tradicionales (basadas en la verdad moderna) se volvió inviable para este filósofo, y propuso unas diferentes seguridades, que se redujeron única y exclusivamente al ser humano y su lenguaje. Una particularidad de Rorty que podría significar un conflicto radical es que, a pesar de renunciar a la racionalidad, cree que aun así podemos aspirar a una exigencia de coherencia.
Es de suma importancia señalar que para él la modernidad no era un proyecto vano e innecesario para la humanidad, sino que la modernidad era una etapa en la que el ser humano se daba cuenta del carácter contingente de las cosas, y comenzaba así su desprendimiento de las creencias primeras que habían tenido origen en Platón y Aristóteles. La modernidad fue el comienzo de la negación de las esencias universales. También es importante resaltar que Rorty jamás perteneció a una escuela o corriente filosófica concreta; por el contrario, elaboró críticas rigurosas a cada una de ellas y se ganó su enemistad. Un ejemplo relevante de su separación es el hecho de que se burló de la importancia que sus compañeros posmodernos atribuían a la crisis de la modernidad, que para él no era más que un conflicto racional sobre el sostenimiento de las ideas de la tradición filosófica occidental, que de ninguna manera influía en la vida de las personas. Aquí ponía en práctica su propia filosofía pragmática, que negaba la relevancia de los fenómenos académicos y racionales, y daba máxima prioridad a los acontecimientos de la vida real.
Finalmente, la postura política de Rorty se deja entrever desde que habla de acuerdos y decisiones, en lugar de esencias y verdades. La democracia es para él el mejor modelo político existente, puesto que ha demostrado haber reducido el sufrimiento del mundo, con lo cual demuestra tener impactos positivos en la vida práctica. Incluso si no hubiera una manera racional de demostrar que el estilo de vida democrático es el más justo, su aplicación en nuestras vidas es más efectiva que todas las demás, y toma en consideración la verdad de cada uno. Hay testimonios de que el concepto de libertad ha sido debatido desde la Antigua Grecia, y ha tenido diferentes concepciones desde entonces, pero todas ellas parten del reconocimiento de la diversidad humana, de las diferentes maneras de vivir. La racionalidad moderna, sin embargo, al encontrarse en un plano demasiado abstracto y poco aplicable a la práctica, cae en una obsesión por hallar una justificación metafísica a tales estilos de vida, que termina no teniendo alguna utilidad. Si comenzáramos a aceptar que no podemos conocer aquello, pero que sí hay manera de llegar a un acuerdo mediante las herramientas que están en nuestro alcance, podríamos desarrollar mejores democracias. “Lo que distingue al hombre civilizado del bárbaro es advertir la validez relativa de las propias convicciones y defenderlas, sin embargo, resueltamente. Pedir más que eso es, quizás, una necesidad metafísica profunda e incurable; pero permitir que ello determine nuestra práctica es síntoma de una inmadurez moral y política igualmente profunda, y más peligrosa” (Rorty, cita de Isaiah Berlin, 1991). Esto no quiere decir que la política y la discusión ética deban convertirse en un simple enfrentamiento de voluntades, el debate en él siempre debe girar en torno a la utilidad, es decir, un aprovechamiento colectivo, que termina sin estar claramente definido en su obra, pero que parece obrar en favor de la democracia, el no sufrimiento y la diversidad.
La solidaridad (otro concepto clave en su pensamiento), es el eje central de su utopía, puesto que al no tener nosotros un referente en la razón para obrar, tenemos que hacerlo en base a algo: en base a que nuestro conocimiento es una construcción elaborada por muchas personas, y que ahí es donde coge su legitimidad. Ella consistiría en actuar de tal manera que se respeten ciertos códigos establecidos democráticamente, regulando procesos económicos y sociales. El liberalismo que plantea siempre puede caer en una desigualdad tremenda, puesto que la libertad sin regulación alguna puede implicar la pérdida de ella en otras personas, así que, mediante la aplicación de este concepto, Rorty pretende encontrar una solución alejada del socialismo (que, remontándonos a las primeras páginas del ensayo, se sostenía en un concepto de verdad superado).
Muchas de las críticas que se realizan a este filósofo, como la de García Lorente en la Revista Internacional de Filosofía (2012), son casi las mismas que se hacen al resto de los posmodernos y relativistas en general. Una de ellas, que es imposible negar una relación entre sujeto y realidad, y luego asumir inconscientemente, mediante el alzamiento de la práctica social, la existencia de un intelecto y la presencia de una exterioridad social o interpersonal, que culmina en un encuentro entre sujeto y realidad, que es lo que inicialmente niegan estos filósofos. Sin embargo, esta explicación va en contra de los primeros planteamientos de Rorty, que también incluyen una manera diferente de juzgar la validez de un razonamiento (o sistema). Qué tan sostenible sea la teoría de Rorty es un debate que no debe pasarse por alto, puesto que su nivel de validez podría redefinir el futuro de la filosofía y reescribir también una diferente tarea para el filósofo. El nacimiento de esta filosofía, por otra parte, tiene un significado profundo en la historia del pensamiento humano contemporáneo: es una rebelión del filósofo ante lo prestablecido en su misma rama del conocimiento, a la cual juzga de haberse vuelto excesivamente paradigmática, burocrática y académica. También es una respuesta a los estudios políticos y sociales más populares, proponiendo nuevos caminos democráticos que respondan tanto al marxismo como al liberalismo, mediante la depuración de creencias insostenibles y la exaltación del individuo práctico que vive en una sociedad que aspira a funcionar democráticamente.
Bibliografía:
1. Richard Rorty. (1991). Contingencia, ironía y solidaridad. Barcelona, España: Paidós.
2. Richard Rorty. (1996). Consecuencias del pragmatismo. Madrid, España: Tecnos.
3. Richard Rorty. (2001). La filosofía y el espejo de la naturaleza. Madrid, España: Ediciones Cátedra.
4. Francisco Javier Méndez Pérez. (Mayo de 2012). Filosofía y contingencia en Richard Rorty. Eikasia. Revista de filosofía, s/v, 85-98.
5. José Antonio García Lorente. (2012). ¿Es consistente la concepción rortyana del conocimiento? ∆αι ́μων. Revista Internacional de Filosofía, 55, 171-185.
6. J. M. Bermudo. (1996). Richard Rorty o el miedo a la ilustración. 24 de mayo de 2019, s/a. Sitio web: http://www.jmbermudo.es/lecturas/rorty-miedo-ilustracion.html.