Opinión: ¿Religión y filosofía pueden convivir? Perspectiva del mundo clásico
Según San Agustín, la filosofía —que es definida por él mismo como “amor por la sabiduría”— es un antecedente del cristianismo que se había servido del alma racional e intelectual a tal grado de haber descubierto algunos de los principios de aquella religión, como que las cosas sensibles no nos hacen asequible la verdad (sino que la vuelven más difusa), y que la verdad solo se puede alcanzar depurando nuestra mente de todas las imperfecciones que nos brinda el mundo “carnal”. Nos dice que estos filósofos no lograron alcanzar la verdadera doctrina de Dios porque no contemplaron la revelación o aparición de Cristo. Según San Agustín, la filosofía no puede descubrir nada que no haya explicado ya la religión. Todos los problemas que plantearon en el pasado ahora tienen una justificación dentro de los parámetros del cristianismo. Como prueba de ello, imagina cómo los filósofos habrían reaccionado positivamente de haber contemplado el ferviente ascenso de la fe popular. Para él, todo pensamiento que está al margen del cristianismo es pura confusión, paganismo y herejía, por lo que no existe una filosofía “externa” o “paralela” a la doctrina. Según este filósofo, la religión y la filosofía no son distintas porque no se puede tener una opinión sobre el Dios cristiano, y a la vez una multiplicidad de ideas (en su opinión contradictorias) sobre la naturaleza de los dioses, que es lo que aborda la filosofía “pagana”.
En mi opinión, la filosofía siempre debe partir de aquello que le dio vida en un inicio: la duda, el escepticismo. La religión no debe ser una excepción, como lo quiso hacer ver la institución religiosa por muchos siglos con motivo de su propia conservación; lo cual infringe claramente nuestra libertad de pensamiento, que es casi sagrada para el filósofo y para la que es fundamental la cuestión. Si condenamos la duda, entonces se quiebra aquello que constituye la esencia de la filosofía, a saber: la búsqueda incondicional de la sabiduría. Ninguna ideología, doctrina o metacreencia puede escaparse de nuestro juicio objetivo, pues la historia nos ha demostrado lo autoritario, peligroso y dañino para el progreso del conocimiento que puede llegar a ser.