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La inversión de la dialéctica

Mauricio Pastrana Macías (2019)

En el primer capítulo de La ideología alemana, Marx y Engels describieron con evidente ironía la crisis que estaba atravesando la filosofía idealista a mediados del siglo XIX. Creían, en primer lugar, que ningún filósofo alemán había logrado la hazaña de separarse por completo de los sistemas hegelianos. Consideraban inútiles los esfuerzos que realizaban algunos por independizarse, debido a que muy en el fondo sus discusiones solo cambiaban o añadían conceptos, sin alterar un poco los primeros principios de su filosofía: «La dependencia respecto de Hegel es la razón de por qué ninguno de estos modernos críticos ha intentado siquiera una crítica omnímoda del sistema hegeliano, por mucho que cada uno de ellos afirme haberse remontado sobre él» (Marx, 1846). Para estos filósofos, el idealismo alemán había descubierto su infertilidad e ingenuidad; incluso llegan a referirse a sus representantes como “fraseólogos” y “conservadores”, que para todo utilizaban recursos teológicos y religiosos. «Los industriales de la filosofía, que hasta aquí habían vivido de la explotación del espíritu absoluto, arrojáronse ahora sobre las nuevas combinaciones» (Ibídem). Así, con esta corta introducción, podemos vislumbrar que Marx realiza en su texto filosófico una crítica radical y de enfoque realista a los sistemas hegelianos, la cual va a culminar más adelante en lo que se conoce como: “inversión a la dialéctica hegeliana”. En este ensayo se abordarán los principales argumentos en favor de esta inversión marxista, y se definirán las diferencias que van a resultar de esta discusión.

La diferencia esencial que sostiene la crítica de Marx se remonta a los problemas más fundamentales de la filosofía, específicamente al de la existencia y constitución de la realidad –o mundo externo–. Las dos posturas principales que se enfrentan en este debate son el idealismo y el materialismo: el primero le corresponde a Hegel y a Marx el segundo. Mientras que para el idealista la realidad no es más que una manifestación externa de las ideas, que por naturaleza son independientes del sujeto –un “misticismo” a ojos de Marx–; el materialista concibe la existencia de las ideas como una simple interpretación psíquica del hombre, y a la realidad constituida única y exclusivamente por fenómenos materiales –esto es, sensibles, objetivos e independientes del sujeto–. Aparentemente, este cambio es suficiente para pensar que ambos filósofos tomaron caminos paralelos que en ningún momento se transpusieron, pero lo cierto es que Marx heredó el complejo funcionamiento de la dialéctica. «El misticismo en que se envuelve la dialéctica en manos de Hegel no impide absolutamente que sea él quien haya expuesto el primero sus formas generales de movimiento de un modo comprensivo y consciente. Hegel pone a la dialéctica al revés. No hay más que darla vuelta para descubrir el núcleo racional bajo la envoltura mística» (Marx, 1873).

En la Fenomenología del espíritu, considerada por algunos como la obra más grande de Hegel, Marx encontró y tomó los esquemas históricos que posteriormente desarrolló en su pensamiento, aunque de manera invertida. El idealista nos habla de la realidad como una totalidad conformada por una evolución dialéctica, cuyas partes que permiten su desarrollo son la tesis, la antítesis y la síntesis –que explicaré más adelante en el ensayo–. El espíritu o razón, cuya manifestación, vehículo y portador es el hombre, construye la historia de este ser en base a sus necesidades esenciales. Así, cada evento de la historia tiene su explicación en el desarrollo gradual de este espíritu, que entra en constantes contradicciones con el fin de superarse, explorarse y crecer. Partiendo de esto, Hegel desarrolla una historiografía o relato de la humanidad iniciando en la Antigua Grecia, a la cual consideraba en completa armonía y belleza, y culmina, desde una perspectiva criticable de eurocentrismo, en la Europa que estaba en construcción después de la Revolución francesa. Según el criterio de este filósofo, el espíritu estaba volviendo a alcanzar la unidad y grandeza que tenía al principio, por lo que decidió nombrarlo “el fin de la historia”, donde él figuraba como máximo exponente (Litvinoff, 2009). La conclusión de todo este planteamiento es que, para Hegel, la mejor manera de conocer o acercarse a la realidad es mediante un abordaje histórico, debido a que «la realidad racional es como un río que fluye de manera permanente, y la mejor manera de conocerlo y comprenderlo es contemplando su curso fluvial; no es inmutabilidad ni permanencia, sino historicidad y realidad en movimiento» (VV., 2003).

Esta filosofía de la historia, como ya habíamos dicho, fue heredada a Marx y adaptada por este a sus términos y fundamentos materialistas. El primer cambio realizado en ella fue el elemento ontológico que dirige el desarrollo o progreso de la historia: en lugar de hablar oscuramente de un espíritu, este filósofo afirma que es el trabajo –su división en la sociedad, la distribución de sus frutos y las herramientas o tecnología disponibles para su realización– el que se encargará de darle un rumbo a la historia. Así, en lugar de buscar explicaciones en la razón y las ideas, que era lo que pretendía hacer Hegel, Marx describe mediante un recorrido histórico –de gran influencia darwiniana y naturalista– la evolución del pilar del trabajo en el ser humano, y apoya su tesis de que los demás rubros de la cultura humana (la religión, el arte, la moral, la educación, etcétera) están en subordinación al mismo. Sin embargo, para introducir al trabajo en su sistema filosófico primero tiene que dar un paso: la transición de las ideas humanas como vehículo de la historia, a las condiciones materiales como determinante del devenir humano. Como menciona en su Contribución a la crítica de la economía política: «Mis indagaciones me hicieron concluir que tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden ser comprendidas por sí mismas ni por la pretendida evolución general del espíritu humano, sino que, al contrario, tienen sus raíces en las condiciones materiales de vida» (Marx, 1859). Asimismo, no es posible entender la transición del idealismo al materialismo de Marx sin señalar las indagaciones que realizó un filósofo anterior, quien fuera el primero en realizar esa crítica a Hegel y sus partidarios: Feuerbach. Este filósofo alemán fue un gran crítico de la religión, y es conocido por afirmar que Dios había sido creado a imagen y semejanza del hombre. Siguiendo el hilo de estas críticas, consideraba que el hegelianismo no era más que la racionalización del cristianismo, y sostenía que el ser humano solo era un objeto como todos los demás en la naturaleza, como los animales, las plantas y las estrellas.

En un punto del ensayo mencionamos que los tres elementos de la dialéctica hegeliana eran la tesis o afirmación de la realidad, la antítesis o negación de la anterior, y la síntesis o superación y reconciliación de la contradicción generada por estas dos, que a su vez termina por convertirse en una tesis nueva que formará parte de un proceso dialéctico posterior. Estas tres fases del progreso histórico se justifican en tanto que el idealista creía –bastante acorde con lo que Heráclito entendía por la lucha de contrarios– que la contradicción era la madre del movimiento del espíritu, del avance de la historia. Sin embargo, Marx rechazó esta concepción y desde su perspectiva materialista que no concebía un ser procedido del pensamiento –y que más bien aseguraba que el pensamiento procedía del ser–, reemplazó los elementos de la conciencia que participaban de estas categorías dialécticas. Esta nueva concepción aceptaba el progreso histórico como una superación de contradicciones, pero desde un ámbito que no había sido tocado por filósofos en el pasado: la economía –y con ello, el trabajo–. Así que, al observar las condiciones laborales de los trabajadores europeos de su época, describió la división del trabajo y de las riquezas empleando dos clases sociales antagónicas que fungían el papel de tesis y antítesis en el proceso dialéctico de la historia: la burguesía y el proletariado, las cuales eran prueba de la inevitable caída y superación del capitalismo.

Marx fue quien reconcilió dos grandes aportes a la filosofía, y quien desarrolló con estos recursos un sistema particular, original y coherente: tomó, por un lado, la historia de Hegel con su respectivo proceso dialéctico, y por otro, el materialismo y ateísmo de Feuerbach. Con esto, concluyó que el progreso histórico no era definido por las ideas, sino por el ámbito económico de las relaciones humanas y el trabajo. Las ideas y la conciencia, por otra parte, se convirtieron también en pilares subordinados a las condiciones materiales del ser humano, del mismo modo que Marx las concibió como potenciales herramientas de subordinación a las clases dominantes, que buscan perpetuarse en el poder e impedir el progreso histórico del hombre. «El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia» (Ibídem).

Bibliografía

1. Litvinoff, Diego (2009). El concepto de Historia de Hegel a Marx. Neuquén, Argentina: Universidad Nacional del Comahue.

2. Marx, Karl; Engels, Friedrich (1846, 2011). Oposición entre las concepciones materialista e idealista. En La ideología alemana (pp. 1-55). Bruselas, Bélgica: Librodot.

3. Marx, Karl (1859, 2008). Contribución a la crítica de la economía política. Distrito Federal, México: Siglo Veintiuno Editores.

4. Marx, Karl (1873, 2009). Posfacio de la segunda edición alemana. En El capital (p. 15). Madrid, España: F. Cao y D. de Val.

5. VV (2003). El materialismo histórico de Karl Marx. Recogido el 29 de noviembre de 2019, de Salustiano. Sitio web: http://mimosa.pntic.mec.es/~sferna18/ materiales/pepe/10_marx.pdf.

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